Mozart - Complete Piano Concertos
Los conciertos para piano
Entre las composiciones de W. Amadeus Mozart más bellas y emocionantes, figuran los conciertos para piano. El catálogo comprende más de veinte, la mayoría con una calidad superior a los que se estrenaron en su época.
Celso Lara
Los temas líricos se originan en las posibilidades expresivas del piano, posibilidades que significaron una nueva manera de interpretar en los instrumentos de tecla, en busca del legato. De los conciertos escritos en 1776 y 1777, el K.271 es, sin duda, el más interesante. Pero antes de continuar es preciso dedicar esta columna a Casiopea dorada, esposa de miel y encanto singular, quien es eco perenne de ternuras y caricias únicas, fuente de sol que va surcando mis manos, haciéndolas felices y libres.
W. Amadeus Mozart pensó que la composición e interpretación de conciertos pianísticos era la manera más segura de obtener el reconocimiento del público vienés y no se equivocó. En estas composiciones resulta evidente el virtuosismo asignado al piano, pero esta brillantez de solista nunca es mera mecánica, pues generalmente se advierte figuraciones de noble significación melódica. Esto nos lleva a considerar la abundancia de temas y la gran riqueza de ideas, unas veces relacionadas entre sí y otras ingeniosamente utilizadas entre el solista y la orquesta. Mozart no otorga mayor o menor importancia a uno u otra, sino que a veces ambos comparten un mismo tema.
La generosidad de ideas melódicas es tan grande que ha ocultado el hecho de que Mozart sea en los desarrollos menos expansivo que en las sinfonías. El compositor llega a crear una sorprendente variedad de procedimientos para presentar una melodía y para hacer que una frase derive y se aleje de su conclusión prevista. Los cambios de tonalidad, de ritmo y de tempo son siempre sorprendentes, alejados de toda rutina. Si bien en los últimos conciertos hay un algo de introspectivo, en general estas composiciones tienen una belleza serena que las sitúa en la esencia misma del clasicismo.
Los conciertos para violín
La escuela italiana de larga interpretación violinística ejerció una evidente influencia en la composición de los conciertos para violín de Mozart. Pero como sucede con otros géneros, la imaginación del compositor supera todo modelo, en especial en lo que se refiere a la armonización y a la forma. No nos hallamos ante la perfección última de los conciertos para piano, mas la inventiva del autor está siempre en primer plano. Tómese como ejemplo el Concierto en la mayor, donde vemos cómo el tema de la orquesta reaparece en el violín en una combinación magnífica de dos motivos. Luego en el final, Mozart es genuinamente creativo cuando el solista desarrolla una sección del tutti para originar un nuevo material temático. En los tiempos finales de algunos conciertos para violín, Mozart compone un rondó en el que se nota un estilo galante.
Las sonatas para piano
Las sonatas para piano de Mozart no son comparables en grandeza a los conciertos para el mismo instrumento, pero tienen un valor histórico por lo que significaron de desarrollo de la forma. La Sonata en la mayor, K.33, es una de las más populares y la obra mozartiana que con mayor intención anuncia el Romanticismo (minueto del segundo movimiento). Deben destacarse la Fantasía y la Sonata en re menor, de una gama emocional, de una riqueza armónica y de una técnica pianística que las convierten en una de las más grandes piezas pianísticas de Mozart. A diferencia de las de Haydn, las sonatas de Mozart tienen en los primeros movimientos varios temas claramente definidos y contrastados, divididos entre las dos manos. Las composiciones para piano de Mozart comprenden otras muchas obras: sonatas a cuatro manos, para dos pianos, rondós, variaciones, fantasías y fugas en las que la imaginación del compositor muestra una vivacidad asombrosa.
Las sonatas para violín
En el catálogo de Mozart pueden contemplarse unas cuarenta sonatas para violín y piano. En las iniciales se otorga al piano toda la importancia, en cuanto que se dejan al violín las resoluciones de los pasajes obligados. El mejor equilibrio entre los dos instrumentos y su personalidad se destacan en las últimas composiciones de 1778, penetrada de un lirismo característico mozartiano. No puede dejar de mencionarse las K. 301, K. 304, K. 306, K. 378 y K. 526, que representan un universo variado, contrastante y seductor.
Probablemente Mozart sea menos profundo y efusivo en sus sonatas para violín que en las destinadas al piano, pero aquellas partituras están tan llenas de melodías amables y encantadoras que difícilmente podrían marchitarse.
La música de cámara
Los seis cuartetos dedicados a Joseph Haydn significan la cumbre de la creación camerística de Mozart. La producción total de cuartetos comprende alrededor de veinticinco obras y son sustancioso anticipo de los cuartetos beethovianos. En toda la colección es notable la maestría del autor en el uso del contrapunto y en la acabada perfección de la forma expresiva, pero todos los cuartetos escritos antes de la serie ofrecida a Haydn palidecen ante la sobriedad, la contención, el intimismo de la idea que distinguen a éstos. Son obras objetivas pero no ayunas de emoción, una emoción reservada en la que reside gran parte de su interés aumentado, si cabe, por la novedad armónica.
Música coral
El Réquiem es la última obra que escribió Mozart, cuya partitura terminó su discípulo Xavier Sí¼ssmayer a la muerte del compositor. Hay en esta música una belleza suprema, un sereno dramatismo y un sentimiento tan profundo que no puede escucharse esta obra sin que una viva emoción recorra nuestra sensibilidad. Ya no se trata solo de admirar la maestría de la construcción, el feliz tratamiento de las voces y la orquesta, sino de sentir muy hondo toda la conmovedora poesía contenida en la sincera expresión mozartiana.
Las óperas
Casi todas las óperas de Mozart fueron compuestas en el estilo italiano dominante en la época. Un repto en el serrallo y La flauta mágica son dos excepciones en el catálogo de grandes obras teatrales. Aunque existen otras menores escritas en alemán, tanto Un rapto en el serrallo y La flauta mágica, están emparentadas con el Singspiel, un género que combina partes cantadas y fragmentos hablados. La primera de dichas óperas estableció las bases para la creación de la ópera nacional germana.
No sería fácil determinar un orden de prioridad en la belleza de las óperas mozartianas, pero no cabe la menor duda que Las bodas de Fígaro es una inagotable fuente de melodías hermosísimas que en el transcurso de la obra describen con distintas emociones los caracteres de los personajes. Otra extraordinaria creación es Don Giovanni que, por su perfección constructiva y su generosa inspiración podría considerarse la ópera-tipo.
Estas dos son los títulos más representativos de la espontaneidad creadora del compositor. Cossi fan tutte completa con elegancia la lista de la música escénica más significativa de Mozart.
La obra de Mozart y sus contemporáneos
La brevedad de la existencia de Mozart contrasta con la gran cantidad e intensidad de influencias que debió experimentar de todos y cada uno de sus contemporáneos. Todas ellas tienen su origen en la forma prematura con que se inició a la vida de la música. Si su formación inicial es básicamente instrumental, es notoria la presencia de un músico genuino, su padre Leopold Mozart.
La obra de un Haendel le llegará ya posteriormente, en una etapa en la que se encontrará ya más amparado por la técnica del contrapunto, singularmente a través del Clave bien temperado de Juan Sebastián Bach que le proporcionara en su estadía vienesa, el mecenas Van Swieten, quien fuera más tarde benefactor de Beethoven.
Otro aspecto interesante en la vida de Mozart es el contacto personal que sostuvo con Juan Christian Bach, al que conoció en su primera visita a Londres y que encontrara en la segunda estancia en París. Con él adviene Mozart al estilo galante, novedad imperante a la sazón. No congenia demasiado con el arte un tanto envarado de Gluck, cuyo estilo no se avenía realmente con su personalidad tan acusada. Existe por el contrario una gran afinidad y consiguiente influencia respecto del estilo italiano de la segunda mitad del siglo XVIII.
Mozart conoce a fondo las obras de los muchos compositores, especialmente a Sammartini y al padre Martín. Las etapas de madurez le sucederán, sin embargo, tanto las experiencias sensacionales que en estos campos ha alcanzando Joseph Haydn. Respecto de éste ocurrirá un fenómeno curioso y seguramente único en la historia de la música. Mozart aprenderá de Haydn los secretos del desarrollo de la forma sonata y de su traducción instrumental que será la sinfonía, para que, tras la muerte del primero, sea éste quien experimente la reversión de sus postreros hallazgos.
Desde entonces, la llamada paternidad de la sinfonía de Haydn será más cronológica que real en toda la extensión del término. Ambos dejaron el camino expedito para que pudiera operarse la gran revolución formal de Beethoven en este mismo campo. Le influyeron evidentemente en sus primeras sinfonías, sonatas y cuartetos, que no se sustraen a una continuidad histórica insoslayable.
Existe una auténtica legión de compositores de segunda fila, no carentes de interés, que siguieron los pasos de aquel concepto clásico-académico que instauraron tanto Mozart como Haydn. Tal puede ser el caso característico de un Spontini y de todos los músicos que ejercen en la corte vienesa por aquellos años. El propio Rossini es un caso de evidente influencia del estilo mozartiano, traducido a la ligereza y alegría meridionales.
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