The Violin Concertos - Orquesta Filarmónica de London - Anne-Sophie Mutter
La primera obra que Mozart escribe para violines solistas es el Concerto K. 190.
Compuesto en 1774 durante los meses que pasa en Salzburgo antes de la composición de La finta giardiniera, sin embargo, una obra coloquial y familiar, no sobresaliente en cuanto a invenciones atrevidas26. Además, está a medio camino entre el concierto y el concierto grosso (lo cual es una recuerdo claro de su estancia en Italia).
Tendremos que esperar a su K. 207 para ver una serie de obras que pueden ser consideradas un conjunto equilibrado, en el que Mozart desarrolle plenamente su conocimiento del violín. Estos cinco conciertos se compusieron en un periodo corto de tiempo, lo que nos indica que Mozart tenía la intención de que conformaran un opus homogéneo. En cuanto al resto de obras para violín y orquesta podemos afirmar que forman parte de un Mozart ya plenamente maduro. Así, la Sinfonía concertante para violín y viola K. 364, compuesta en 1779, es la obra maestra de Mozart para violín solista. La hemos dejado al margen de este trabajo porque nada tiene que ver con los cinco conciertos para violín. Considerada por Paumgartner como “la última palabra” en el ámbito de la sinfonía concertante, representa el símbolo perfecto de la fusión de las distintas herencias musicales recogidas a través de sus viajes28. Es decir, se trata de una obra de madurez en la que el estilo mozartiano ha asimilado los diferentes lenguajes que había escuchado a lo largo de sus viajes de juventud.
A pesar de que esta obra es un hito en la creación de Mozart, los cinco conciertos para violín también representan un logro importante:
“Mozart demuestra como ningún otro que la perfección no se
relaciona con la sabiduría de la edad ni con una lúcida serenidad
[…] todos sus conciertos para violín fueron escritos entre la
primavera y el invierno de 1775; casi todos los grandes conciertos
para flauta entre 1783 y 1785”.
El contacto con los músicos italianos más importantes del momento no se hace esperar: padre Martini en Bolonia, Locatelli en Verona, Giovanni Sammartini y NicoloPiccini en Milán, Jommelli y Paisiello en Nápoles. Como afirma Valentini Ferro, “su encuentro con el padre Martini y las experiencias de la música instrumental de los Corelli, Tartini, Sammartini y Boccherini, entre otros, y los de los operistas italianos, dejaron en Mozart, éstos y aquellos, honda huella en su estilo”.
El musicólogo francés Jean-Pierre Marty, en un magnífico estudio sobre las diferentes indicaciones de tempo en Mozart, defiende que existe un cambio radical en la forma en la que el compositor salzburgués concibe el tempo de sus composiciones a partir de sus viajes a Italia (concretamente a partir de 1771).
Los cambios que se producen en el estilo de Mozart durante esta época no solo afectarán a su obra operística y orquestal, sino también a sus composiciones para piano. En las composiciones escritas antes de 1777, el estilo mozartiano era cembalopianístico,después de ese año, aparecen signos de una profunda búsqueda sobre el instrumento y sobre la relación entre el instrumento y el público .En este sentido, los conciertos para violín, compuestos en 1775, se integran perfectamente en esta fase de maduración.
La obra de Mozart para violín solista
La primera obra que Mozart escribe para violines solistas es el Concertone K. 190. Compuesto en 1774 durante los meses que pasa en Salzburgo antes de la composición de La finta giardiniera, es,sin embargo, una obra coloquial y familiar, no sobresaliente en cuanto a invenciones atrevidas. Además, está a medio camino entre el concierto y el concierto grosso (lo cual es una recuerdo claro de su estancia en Italia). Tendremos que esperar a su K. 207 para ver una serie de obras que pueden ser consideradas un conjunto equilibrado, en el que Mozart desarrolle plenamente su conocimiento del violín. Estos cinco conciertos se compusieron en un periodo corto de tiempo, lo que nos indica que Mozart tenía la intención de que conformaran un opus homogéneo.
En cuanto al resto de obras para violín y orquesta podemos afirmar que forman parte de un Mozart ya plenamente maduro. Así, la Sinfonía concertante para violín y viola K. 364, compuesta en 1779, es la obra maestra de Mozart para violín solista. La hemos dejado al margen de este trabajo porque nada tiene que ver con los cinco conciertos para violín. Considerada por Paumgartner como “la última palabra” en el ámbito de la sinfonía concertante, representa el símbolo perfecto de la fusión de las distintas herencias musicales recogidas a través de sus viajes. Es decir, se trata de una obra de madurez en la que el estilo mozartiano ha asimilado los diferentes lenguajes que había escuchado a lo largo de sus viajes de juventud. A pesar de que esta obra es un hito en la creación de Mozart, los cinco conciertos para violín también representan un logro importante:
“Mozart demuestra como ningún otro que la perfección no se relaciona con la sabiduría de la edad ni con una lúcida serenidad […] todos sus conciertos para violín fueron escritos entre la primavera y el invierno de 1775; casi todos los grandes conciertos para flauta entre 1783 y 1785”. Posiblemente, Mozart quisiera destinar sus conciertos para violín a una publicación conjunta, reagrupando seis opus, como era la práctica habitual con las sinfonías y las obras concertantes de la época.
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