Ravel - Bolero




De la fama internacional de Ravel puede dar idea el que el compositor George Gershwin -rico y muy popular gracias a su Rapsody in blue- quiso que Ravel le diera clases para perfeccionar su técnica. El autor del Bolero se negó con un diplomático elogio: "Por qué quiere ser usted un mal Ravel cuando ya es un excelente Gershwin".
Lo más curioso de Ravel es que ese reconocimiento de sus colegas y del público no encontró nunca un respaldo oficial. A lo largo de su vida se sucedieron varios "casos Ravel", que la prensa aireó con escándalo. En su juventud, con sus primeros triunfos en el currículum, se le negó en varias ocasiones la máxima distinción francesa a los artistas menores de 30 años: el Premio Roma. Se le adelantaban músicos de menor talento, pero más respetuosos con las normas académicas; la última vez que le suspendieron en el examen del Premio Roma el jaleo que se armó fue de tales proporciones que le costó el puesto al director del Conservatorio de París, que era miembro del jurado. En sus años de gloria el estado francés intentó reparar esos pecados de juventud y quiso concederle la Legión de Honor, pero una desafortunada serie de desencuentros acabaron por eliminarle de la lista. Y por supuesto los Académicos jamás le aceptaron entre sus filas. No faltaba más, era uno de los fundadores de un grupo de artistas que aceptaron como denominación el término "Apaches": un insulto que les dirigió un quiosquero de periódicos que se sintió atropellado por aquellos jóvenes que se retiraban con las luces del día, después de una noche de juerga. Eran los mismos que fundaron una Sociedad de Música Independiente para organizar conciertos en los que estrenar sus obras, fuera de los circuitos académicos que les cerraban sus puertas. Una Sociedad que, a despecho de las instancias oficiales, revolucionó la música francesa e hizo de París una vanguardia en los primeros años de este siglo. La I Guerra Mundial supuso la ruptura de esa situación y desencadenó en Ravel una profunda crisis. No sólo se sintió incapaz de componer durante el conflicto, sino que se dejó arrastrar por la necesidad de combatir por su país. En contra de los consejos de sus amigos y de sus médicos se empeño en alistarse y se aplicó en conseguirlo con la misma meticulosidad con la que componía. Fue declarado inútil porque no daba la talla de altura ni el ancho de pecho. Se presentó voluntario y tuvo que mover todas sus influencias para al final, después de año y medio de gestiones, lograr su ingreso en el Ejército. No en aviación, como Ravel pretendía, sino en un mucho más modesto destino de conductor de camión en el frente de Verdún, como soldado de segunda clase. Pero tenían razón los que aseguraban que Ravel no valía como soldado: al cabo de sólo siete meses los médicos le encuentran tan mal que le dan un destino en retaguardia, al que no llega a incorporarse porque va directamente a un hospital, del que sólo saldrá para asistir a los últimos momentos de la vida de su madre y marcharse luego a hacer una cura de reposo.
La guerra será también la causa indirecta de otra de las obras más espectaculares de Ravel. El pianista austriaco Paul Wittgenstein -hermano de Ludwig, el filósofo- había perdido el brazo derecho en la contienda y, para poder continuar con su actividad artística, solicitó a varios compositores obras pianísticas que se pudieran tocar con una sola mano. A Ravel le apasionó tanto el reto que dobló la apuesta y escribió simultáneamente el Concierto para la mano izquierda, en el que la presencia del piano es tan poderosa como si se tocara con las dos manos, y el Concierto en sol escrito para su propio consumo, ya que eran tantas las invitaciones que tenía para dirigir el Bolero que quería otra obra para presentarse ante el público en su condición de pianista y evitar así empuñar la batuta, porque en la dirección se sentía menos seguro que ante el teclado o como compositor.
Se señala el origen suizo de su padre para justificar el carácter tan perfeccionista y minucioso a la hora de componer. De hecho el siempre acido Stravinski, para insultar -o quizá para elogiar- a Ravel, le llamaba "relojero suizo". También se destacan los orígenes españoles de su madre para explicar la atracción de Ravel hacia los temas ibéricos.
Pero el Bolero ni siquiera responde con exactitud al ritmo de la danza española y otras obras de la producción de Ravel, como la Pavana para una infanta difunta o la Alborada del gracioso, deben su título a que la sucesión de sonidos en castellano le resultaba agradable al compositor, sin que respondan a una intención de describir temas concretos.
Ravel que fue siempre un músico "moderno", con un lenguaje que pertenece sin duda al siglo XX, supo encontrar la fórmula de hacer al mismo tiempo una música muy bonita, lo que le ha permitido no romper nunca con el público. Su obra no ha tenido que pasar un "purgatorio" para ser finalmente aceptada, sino que fue reconocida desde el mismo momento en que la escribió.



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